La verdad que los Nayaritas ya anhelamos un gobierno diferente. Sin duda alguna el gobernador electo debe tener algunas virtudes para que el pueblo haya depositado su confianza en él. Un gobernante debe tener muchas virtudes para no ser solamente un simple gobernador como cualquiera, sino todo un hombre de estado. Desde luego que no voy comentar esas virtudes, sino que sólo voy comentar una que muchos Nayaritas deseamos que no tenga: Soberbia.
La soberbia no ha sido propiedad de los políticos priistas. También hay políticos soberbios en las otras expresiones políticas. O como dicen en mi rancho, allá por Villa Hidalgo, “en todos lados se cuecen habas”. Tan sólo echemos una mirada retrospectiva y veremos que la soberbia la vimos con Naranjo y con las gentes perversas que rodean a Martha Elena. Así que no nos quedemos con la idea de que la soberbia solamente se presenta en los políticos priistas, no todos claro está.
Desde luego que el carácter del gobernador electo, es sencillo. Los pocos minutos que lo traté personalmente me dí cuenta de ello. Sin embargo, todos sabemos que hay personas que nomás se suben a un ladrillo y ya “pierden piso”, o bien como dijera el general Marcelino García Barragán “El poder marea a los inteligentes, pero a los pend..jos los vuelve locos”. Lo que este humilde mortal ciudadano de la trinchera espera de su nuevo gobernador, solamente es que no sea soberbio.
¡Ay de los soberbios! Es la expresión bíblica que más estremece las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento, empezando «la soberbia es odiosa al Señor y a los hombres y contra ambas peca quien comete injusticia» (Ecle.10,7). También los Griegos ya tomaban medidas contra los soberbios, “condenaban al ostracismo a aquellos que empezaban a imponerse a los demás. Creían que así evitaban la desigualdad entre los ciudadanos y protegían el equilibrio social”.
Generalmente la soberbia se ve magnificada cuando la corte esta integrada por puros aduladores. La corte que rodea a los gobernantes, al tenerles conquistada la oreja, hacen que el gobernante pierda piso y asuma posturas soberbias con todos, hasta sentirse un ser superdotado, al grado de creer que tan sólo con pronunciar su nombre el destino de un pueblo se moverá en la dirección de lo que su capricho diga. “Mi gusto es, y quien me lo quitará, solamente dios del cielo me lo quita mi gusto es”. Después de eso no hay nada.
A David Owen se debe la descripción de un desequilibrio emocional que padecen algunos políticos, que el autor denomina síndrome de hybris, cuyos rasgos principales son que se emborrachan de poder, incurren en el iluminismo caudillista, son adulados por su entorno porque no soportan ser criticados, y se perciben a sí mismos como imprescindibles para evitar una debacle de la nación o del pueblo que dirigen. Los afectados por esta enfermedad del poder creen acertar en todas sus decisiones y disponer de conocimientos ilimitados, lo que les separa emocionalmente de la realidad en la que viven.
A algunos políticos, el poder les hace perder la cabeza, los convierte en arrogantes y soberbios y les aleja de la realidad, situándolos en una peligrosa alienación que les hace perder la noción de la realidad. Pero a otros los convierte en verdaderos enfermos mentales, según Owen. Cuando eso ocurre, se creen dioses o sus enviados en la Tierra, propician el culto a la personalidad y muchas veces se tornan crueles. Algunos creen que esa enfermedad se da únicamente en las tiranías, pero lo cierto es que también se desarrolla en las democracias, afectando a personas que han sido elegidas en las urnas. El síndrome, en los dirigentes que gobiernan las democracias, al no poder comportarse como dictadores crueles, tiene otros rasgos y manifestaciones: se sienten eufóricos, no tienen escrúpulos, no son conscientes de sus errores y fracasos y son capaces de dormir a pierna suelta sin que ni siquiera les afecte el rechazo masivo de los ciudadanos o su inmensa y aterradora cosecha de fracasos, dramas y carencias que, para cualquier persona con salud mental, resultarían insoportables. Su alienación es de tal envergadura que cometen un error tras otro, porque la capacidad de análisis no les funciona y sus decisiones y medidas son producto del desequilibrio, la soberbia y la confusión extrema.
En realidad espero que al gobernador electo no lo vaya a conquistar alguna de esas feas enfermedades mentales que dominan a los políticos hoy en día. los Nayaritas hemos padecido eternamente por ser un estado abandonado del poder central, que no importa mucho, ni pesa mucho, al grado de ser muchas veces escogido como laboratorio político. Pero también ya hemos padecido mucho por tener gobernantes que no han pasado de ser meros administradores, los más para saquear al estado y dedicarse a la “dolce vita”. Espero que mi tocayo, el gobernador electo, trascienda, nomás que no sea soberbio, que no le gane la adulación de su corte y caiga en posturas arrogantes, hasta creerse dios o ponerse hablar con él arriba de la azotea de su casa. robertogbernal@gmail.com