Como siempre, se había levantado muy de mañana. La costumbre de la ordeña de vacas no se le había eliminado a pesar de estar al borde de convertirse en un alcalde de lo más urbano que hay en el mundo. Esa urbanidad fortalecida en sus viajes al exterior con los mandatarios de las naciones más poderosas, el haberse codeado con los reyes de España y de Gran Bretaña, no le había quitado la rural costumbre de levantarse temprano para ordeñar sus vacas. Esa mañana se había levantado mucho más temprano por su terca preocupación de ya no tener dinero. Ya no salía diario en los medios de comunicación como antes debido a que no los tenía “aceitados” a fin de que le siguieran publicando su rupestre como varonil figura que hacía suspirar de un inalcanzable gozo a las chicas de su ciudad. Estaba al borde del suicidio, de hecho, ya había intentado tamaña hazaña pero, las galletas marías con las que intentó cortarse las venas no tenían el suficiente filo como para cortar sus gordas como fuertes venas hinchadas de tanto ejercicio con las ubres de los rumiantes.
Se bañó, se ajuareó a su muy vaqueril estilo y se fue a su espaciosa como confortable oficina. En cuanto llegó, sacó de su cava una patona de cinco litros de presidente y se sirvió en un vaso tejuinero su primer alipús. Se recargó en su poltrona, puso las boas convertidas en exóticas botas en el escritorio, apostó ambas manos detrás de su cabeza entreverando los dedos y gritó: ¡Soplanucas, se le acabó el agua al bule!. De inmediato, apareció la chistosa como chaparra figura del soplanucas, Antonto Herrerías, en la puerta de la oficina del “asesino” de vacas. ¡A sus órdenes jefe! – Respondió el soplanucas al mismo tiempo que ponía su pequeña mano derecha en su sien izquierda, al estilo militar-. Snif! Snif! – Empezó su diálogo el rupestre alcalde con el soplanucas- es que no se cómo decirte. Ven échate un trago conmigo, me tengo que relajar ante las adversidades financieras. El soplanucas, más obediente y dócil que un león hambriento, se sentó frente al asesino de rumiantes y se tomó su primer alipús. Como ninguno de los dos estaba acostumbrado a beber licor, de inmediato se pusieron “jarras”. EL asesino de vacas empezó nuevamente con su jimoteo, snif! snif! ya se le acabó el agua al bule -le volvía a repetir-. No se preocupe mi jefe –contestaba el soplanucas arrastrando la lengua de lo borracho que andaba- usted va a tener dinero muy rápido, para que siga haciendo sus luchas libres y todas las “mamadas” que inventa, hip! hip! perdón jefe, para llevar a cabo sus obras públicas –terminaba el soplanucas al mismo tiempo que encendía un primer fósforo que se le apagó rápidamente-. ¿Por qué hip, dices que voy a tener dinero? –Preguntó el alcalde, también arrastrando la lengua ya con su sombrero inclinado al estilo Chalino Sánchez-. Porque, hip, hip, se que usted anda haciendo apuestas – replicó el soplanucas-. No es cierto mi soplanucas. hip, no es cierto, hip, te apuesto todo lo que quieras a que no es cierto hip –le aclaró el asesino de vacas a su asesor estrella-.
Bueno jefe, hip, pero hip ¿Pa que me llamó? Le dijo el soplanucas a su jefe. Pos, hip- replicó al alcalde- pa decirte que hip, ya se le acabó el agua al bule y que ya no hip, tengo hip, dinero para hip, hacer mis obras públicas hip y hip, pos se nos está escapando la hip, gubernatura. Uuuuuu hip, jefe, yo se donde hay dinero –contestó el soplanucas-. Repentinamente, el asesino de rumiantes se levantó bajó sus boas convertidas en botas del escritorio, se levantó de su poltrona, se fue directamente con el soplanucas, lo levantó de su asiento y lo llevó a un tambo de 200 litros lleno de agua a donde sumergió la cabeza del soplanucas durante tres minutos, luego le sacaba la cabeza y le preguntaba: Hip, hip, ¿Dónde está el dinero? El soplanucas, sin reponerse, era nuevamente sumergido durante otros tres minutos y le volvieron a inquirir: ¿Dónde está el dinero? Hip, hip, -contestaba el soplanucas- al mismo tiempo que le alcanzó a responder al asesino de rumiante: hip, hip, pérese jefe, mejor tráigase un buzo porque yo no veo nada. Decepcionado, el asesino de rumiantes le dijo – hip, vente pues, mejor vámonos con Vallín a bajarnos la “peda” con unos buenos mariscos, de esos que sabe preparar el “vato” ese. Llegaron con Vallín por la parte de atrás, ambos se fueron caminando por las vías del tren, y entonces, le dice el asesino de vacas al soplanucas: oye hip, que escalera más larga. El soplanucas le responde: hip, a mi lo que me molesta es lo bajito de los pasamanos hip. Llegaron con Vallín y se la “curaron” robertogbernal@gmail.com
PD. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, el hecho de que Roberto Sandoval no salga tanto en los medios de comunicación, no tiene nada que ver con mi novela ni con el hecho de que hasta ahora no le den los 250 millones de pesos, mis personajes son ficticios. ¡¡VAMONOS HOY A LA DOS DE AGOSTO A LAS CINCO DE LA TARDE, ESTARÁ BUENO EL HUATEQUE!! Visita la página de Martha Elena e interactúa con ella en www.marthaelena.com ¡APOYEMOS A MARTHA! Chequen mi blog www.trincherauniversitaria.blogspot.com
