Desde luego que con las líneas que
aquí escribo no pretendo ni por asomo parecerme a García Márquez, a Octavio Paz
o por lo menos a Ibarngüengoitia. Es más, como escribano de esta humilde
trinchera, ni siquiera le llego a los talones a los que escriben lágrimas y
risas o Memín Pingüin. Sólo trato de reírme un poco ante la impotencia que se
siente cuando los gobernantes nos quieren seguir viendo como dios ve a los
conejos: chiquitos, orejones y pendejos.
Había
una vez un gobernante de una provincia chiquita. Era en el país de las
maravillas, un país lleno de riquezas pero con un pueblo hambriento. La
provincia era una réplica del país, con muchas riquezas pero con un pueblo
hambriento. Se llamaba Yanarit. Su gobernante era un personaje asiduo a las
prácticas rupestres y al dominio de las artes que se realizaban con finos
caballos traídos desde diferentes partes del mundo.
Muy
preocupado por su hambriento pueblo, lo alimentaba de ilusiones. Y el pueblo,
tan noble como es, lo alababa y le rendía pleitesía, aunque a últimas fechas ya
empezaban a sentirse engañados. Las ilusiones eran monetarias. El citado
gobernante, localidad a la que asistía, desparramaba millones y millones de
chelines, como confeti en carnaval. Sólo que se llenaban de ilusiones y la
panza seguía vacía. Se estaban dando cuenta que el confeti no se comía.
Millones
para un puerto. Muy criticado por los marinos de aquella tierra y otros lares.
Lo veían como una broma de mal gusto. Millones y Millones para un canal. Nadie sabía
de donde saldrían los chelines para su construcción. Millones y millones para
unos agro parques que nadie sabía de qué se trataban. Millones y millones para
carreteras, construcción de autopistas, empleos, en fin, con tantos millones de
chelines la hambrienta gente ya traía costales en su espalda para juntar dinero
desparramado y tirado por las calles y avenidas para llevárselo a sus casas e
invertirlos exitosamente en alguna bolsa de valores.
El miserable pueblo de
Yanarit estaba ávido de comer aunque sea un pedacito de carne una vez a la
semana. No les importada si la carne tenia clembuterol, querían conocer por lo
menos el sabor de la carne. Era
tan grande el esfuerzo del gobernante por sacar de la pobreza a su hambriento
pueblo que se tuvo que ir hasta el otro lado del mundo, a un país conocido por
haber construido una gran muralla, se conocía como la muralla China.
Sufría mucho por las
comidas, le daban caviar, langostas, mejillones franceses y toda una serie de
alimentos exóticos que iban acompañados por vinos suecos. Pero se sacrificaba
por su pueblo. El éxito inició cuando, estando apoltronado en una de esas
sillas propias de un mandarín de por aquellas tierras transoceánicas, se le
despertó la única neurona que le quedaba desocupada porque el resto ya estaban saturadas
con la información de un boxeador de
pelo rojizo. ¡Construiré un tren, si un tren que comunique a Yanarit con la
frontera norte del país, hacia la metrópoli mundial! Se dijo a sí mismo.
Y el proyecto se hizo realidad.
El nuevo alimento para su pueblo se cocinaba firmando un convenio con unos
chinos especialistas en firmar cuentos chinos. La noticia transcendió hasta
Yanarit desde aquellas lejanas tierras. El hambriento pueblo se llenó de júbilo
inmediatamente, había nuevas ilusiones que sacarían de la pobreza a los miles y
miles de habitantes que añoraban el éxito con esa gran gestión gubernamental. Habría
mas millones y millones de chelines, empleos y empleos al por mayor y sobre
todo, unas vías férreas que serían el conducto para llevar al país norteño,
nuestro excelente producto de exportación: Yanaritas hambreados y miserables
dispuestos a pasar de ilegales.
Pero ya desconfiaban. Muchos
jóvenes intercambiaban puntos de vista en el feisbuc respecto de esos nuevos
millones de saliva que ahora les lanzaban con el cuento chino de un nuevo
ferrocarril, de un nuevo trenecito. Las expresiones que ya se rumoraban era:
que primero arregle el trenecito de la loma que ni siquiera sirve. Otras más
perversas decían que sólo fue a traerse caballos de china y de Mongolia porque
ya tenía caballos árabes y holandeses. En fin, se comenzaba a despertar la
desconfianza del pueblo en su gobernante, pero este, con paso firme y seguro,
luchaba en las tierras transoceánicas por llevar beneficios a su hambriento
pueblo. Fin. robertogbernal@gmail.com
PD. Ya en serio, ¿creeremos ahora en
la construcción de un tren? Yo la verdad tengo mis serias dudas. Ni siquiera el
presidente Peña Nieto sabe de eso y sin embargo ya se anda promocionando. ¿De dónde
se sacará la lana para eso, para un proyecto que involucraría a varios estados
del país? Creo que la prudencia aconseja que ese tipo de obras deberían ser
anunciadas por el presidente de la república. No teníamos dinero ni para la construcción
de la carretera Ruiz Zacatecas y vino el presidente a darnos 200 millones de
pesos para su construcción, se le deben casi dos mil millones de pesos al fondo
de pensiones y ya vamos ahora a construir un tren que conecta a Nayarit con
Estados Unidos? Suena a cuento chino. Pero cada quien, yo ya me pellizqué y me salí
de ese mundo de ilusiones. www.trincherauniversitaria.blogspot.mx