Les aviso a mis escasos
lectores, que a partir de hoy inicio una nueva novela, se llamará así: EL PERRO
MEMO. Hoy iniciaré con el primer capítulo con el nombre que lleva esta
columneja. Desde luego, no quiero agredir a nadie, a ninguno que se llame
Guillermo y de corazón le digan Memo. Muchos menos a mi estimado amigo Memo
Aguirre. Va para todos mis respetos, sólo que hoy es viernes, fin de semana y
la terminaremos con algo jocoso para nuestros escasos lectores en numero de
cuatro. Iniciamos.
La perra que lo pario, era una de aquellas perras de
catorce chichis. Muy brava, pero también era juguetona, adicta al alcohol, a
disfrutar de la dolce vita y muy proclive al sexo con cualquier perro, aunque
sus preferidos eran los Gran Danés. Su golosidad sexual la orillaba a la
búsqueda de perros con grandes dimensiones de aparatos reproductores sexuales. Por
eso le llamaban La Loca. El perro Memo tenia que haber salido así, grandote,
pero dada la promiscuidad de la perra que lo parió, la Loca, resultó ser hijo
de un perro pulguiento de esos que pululan alrededor de los grandes cerros de
basura en Tepic. Esa es la causa profunda de su baja estatura y de su cacarizo
rostro que a la postre lo transformaron en un perro cabrón, bravo como todo un
ejemplo de su madre la Loca, la perra
prostituta de catorce chichis.
La perra que lo parió, no solamente tenia los mencionados
atributos, sino que además, tenía la costumbre de orinarse dentro de la casa
donde vivía, por eso el dueño de ambos, de la perra y del perro Memo, un rarito
empresario, siempre se enojaba, hasta
que descubrió que la perra de catorce chichis que había dado a luz al
perro Memo, debía orinarse en el poste de la Comisión Federal de Electricidad
que tenía colgado un gran faro. Así, antes de que se orinara dentro de la casa,
el rarito empresario, señalando con dedo flamígero al poste, le gritaba a la
perra de catorce chichis: ¡Ey shit, al faro! Así, los pueblerinos comenzaron a
conocer a la perra de catorce chichis como “La Loca Al Faro”. Era la madre del
perro Memo.
Desde que nació, le salieron los dientes. Por eso desde chiquitito era
cabrón. Empezó ladrando muy temprano, todo por conseguir un pequeño chayotillo
para comer. Sólo que tenía la característica de no ser cualquier perro, era
bravo pero sólo le ladraba a quienes su amo, el rarito empresario y su madre “La
Loca Al Faro”, le ordenaban que le ladrara o si fuera el caso, mordiera. Y así
creció y se desarrolló, ladrando y mordiendo a quienes le ordenaban.
Apenas había cumplido dos meses de edad y comenzó a ladrar de manera
diferente. Aquellos ladridos que parecían rugidos de tigre, lentamente
comenzaron a transformarse casi en canciones de cuna para quienes le lanzaban
un mendrugo de pan, un chayotillo o le hacían sonar su gusto por los chelines,
pero también para otros perros a quienes les comenzaba a ladrar. ¡No les
ladraba a las perras, sino a los perros! Sus ladridos que ahora parecían
canciones de cri cri, se hacían cada vez más frecuentes hacia los perros. Y es
que el paso del tiempo iba definiendo su verdadera personalidad.
Llegó el momento en que su naturaleza se impuso y, después de estar
acurrucado con su madre La Loca Al Faro, diario se iba con otro perro a
acurrucarse cerca de sus partes nobles. Resultó que al perro Memo le gustaban
los perros y no las perras. Por eso mismo ya no sólo sus ladridos se habían
transformado, sino ahora su caminar se parecía al cadencioso andar de La
Chiqueta, un corriente homosexual del norte de Nayarit que camina más sexy que
cualquier travesti de Francia o Italia.
Definida su personalidad, el perro Memo perdió toda vergüenza. Ya no le
importaba lamerle los testículos al que le pagara con unos chelines, un
chayotillo o un mendrugo de pan. Para él era un gozo pleno ¡y aparte le
pagaban! Pero el amor es el amor y cupido no perdona. Así, cupido flechó al
perro Memo quien se enamoró de su amo, el rarito empresario. Ahí es donde le
salió la otra faceta de su personalidad. Los celos le llenaban su defectuosito
cuerpo, su cacarizo rostro se enrojecía de odio cuando a su amor, el rarito
empresario, alguna jacarandosa damisela se le acercaba. Pero a su amo no le
podía ladrar, se aguantaba los perrunos celos. Por eso su madre, la Loca Al
Faro, siempre lo protegió desde chiquito, sabía que su cachorrito era pasional
y que de un momento a otro se le saldría el perro sodomita que llevaba dentro.
Y así creció, enfermo de celos, que se acrecentaban y se hacían irracionales a
medida que lo maricón le ganaba. robertogbernal@gmail.com
PD. Las referencias que
en este capitulo se hacen no tienen nada que ver con ninguna persona en lo
particular. Si existe alguna semejanza con Memo Aguirre, mi estimado colega
columnista a quien aprecio mucho, es mera coincidencia. ¡Disfruten su fin de
semana! www.trincherauniversitaria.blogspot.mx